Agustín Sánchez González afirma sobre su experiencia como
investigador del pasado mexicano: “cuando se estudian algunos pasajes de la historia de México, uno siente como si el Monje Loco, aquel personaje de la radio y la televisión, la hubiera escrito. `Nadie sabe, nadie supo’, solía decir”.
Historiador formado en la UNAM y el periodismo, Agustín Sánchez González es el autor de Fidel, una historia del poder, El general en La Bombilla y Cuatro atentados presidenciales. Precisamente en este último reúne las crónicas que recrean los casos de hombres prominentes de la política a quienes, siendo presidentes de la República, se les intentó asesinar. Se trata de los mandatarios Porfirio Díaz, Pascual Ortiz Rubio y Manuel Avila Camacho (Alvaro Obregón era presidente electo). En el libro también se habla de los cuatro agresores: Arnulfo Arroyo, Daniel Flores, Antonio de la Lama, y José León Toral.
¿Quién estaba detrás de cada uno de los hombres que intentaron asesinar a los presidentes?, ¿qué hay de común entre unos y otros?
Los cuatro agresores murieron sin hablar, sin decir los móviles que los orillaron a atentar contra sus víctimas: uno fue fusilado, Toral; dos fueron asesinados inmediatamente después del atentado, Arroyo y De la Lama, y el cuarto fue muerto tiempo después, Flores.
Con excepción del general Alvaro Obregón, los demás sobrevivieron a los atentados. Miles de páginas se han escrito con muchas versiones acerca de los sucesos retomados por Sánchez González; sin embargo, como él mismo apunta: “cada crimen político se ve envuelto en una nube negra que no permite saber, como pedían los viejos historiadores positivistas, lo que verdaderamente sucedió”.
Según el investigador, “el crimen político suele ser el crimen perfecto. Nadie sabe, nadie supo”. Para de inmediato sentenciar: “nada más difícil que buscar la verdad en una sociedad, en un sistema político que se sostiene a base de mentiras”.
Entrevistado para ahondar sobre sus hallazgos y los nexos que pudieran configurarse en relación con los atentados criminales más recientes: el del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el de Luis Donaldo Colosio Murrieta y el de José Francisco Ruiz Massieu, Sánchez González explica: “la muerte, o la intención de matar a un presidente, generó crisis, grandes o pequeñas que, sin embargo, sólo logró cambiar el país para que siguiera siendo el mismo”.
–En su libro Cuatro atentados presidenciales habla del crimen político como del crimen perfecto, ¿se refiere exclusivamente a México?
–Creo que es una situación mundial. Siempre que se trastoca el poder suele suceder así: el caso más famoso en el mundo fue el del presidente John F. Kennedy, del que nunca se supo la verdad. Lo mismo ocurrió con Gandhi y Olof Palme. Pienso que es un problema mundial y casi siempre son justamente las personas del mismo poder quienes asesinan. No es común que el poder asesine a la gente que no es parte del mismo. Es obvio que las tapaderas están entre ellos mismos.
“El caso más reciente y acabado de este tipo de crímenes políticos lo tuvimos el año pasado con José Francisco Ruiz Massieu y Luis Donaldo Colosio Murrieta. En ambos incidentes las sospechas y los rumores señalaban que los autores intelectuales habían sido personas del mismo aparato. No descarto esa tesis porque el asesinato de un personaje del poder lo efectúa una persona o un grupo del mismo poder.”
–¿Por un lado están las víctimas y por otro, los autores materiales e intelectuales del crimen?
–Me llama la atención que los asesinos tienen una serie de rasgos en común, que incluso en los casos de los magnicidios recientes se repiten como una constante. Son individuos jóvenes y dispuestos a cambiar su vida. Conviene recordar lo que decía Obregón: “cuando alguien esté dispuesto a matarme, tendría que ser alguien decidido a cambiar su vida por la mía”. El asesino es un potencial suicida, una persona dispuesta a morir e invariablemente son solitarios. Sin lazos familiares ni convicciones políticas. Se sabe que ellos dispararon, pero no se sabe quién les puso la pistola en las manos.
–¿Entonces el crimen político es una suerte de callejón sin salida?
–Es imposible dar una tesis única de un crimen. Cuando hablo del crimen perfecto, me refiero a que no hay elementos para resolverlo. Cuando asesinan a Obregón, había voces que acusaban a Calles, a Morones, a la Iglesia y a los hijos y parientes de las personas mandadas a asesinar por el héroe de Celaya. Sin embargo, nada estaba claro.
–¿Cuáles han sido los contextos políticos y sociales que han rodeado estos atentados?
–Generalmente hay una crisis y lucha por el poder. El atentado contra Porfirio Díaz ocurre cuando es la cuarta reelección. Prevalece una lucha entre diversos grupos que tratan de imponer sus intereses. Incluso se descubren los vínculos entre Arnulfo Arroyo y el jefe de la policía, quien se suicida después del frustrado atentado.
“Cuando Obregón cae abatido por los disparos de Toral, se desplegaba una cruenta lucha de los caudillos revolucionarios contra Calles. Un chiste de la época es muy ilustrativo del momento; una persona pregunta: “¿quién mató a Obregón?”, y otra responde: “¡Cálles… e la boca!”
–Menciona el chiste político. ¿Qué función cumple en estas situaciones?
–Un elemento que destaco en mis crónicas históricas es la búsqueda de dar el pulso de la sociedad por medio del chiste político. En El general en La Bombilla los capítulos llevan por títulos las frases de los sketchs de la carpa del Panzón Soto. Además, es interesante constatar cómo ante la desinformación, la sociedad opta por el chiste político. En cuanto a los crímenes del cardenal Posadas Ocampo, de Colosio Murrieta y Ruiz Massieu, la respuesta de la sociedad se manifiesta a través de chistes que expresan un humor negro terrible y cruel. Sin embargo, es toda una elaboración del inconsciente colectivo que responde así a la desinformación.
–¿Cuál es su conclusión a raíz de los últimos acontecimientos?
–El asesinato de Obregón, un sonorense, marcó el inicio de una etapa en México de un partido único y autoritario. Y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, también sonorense, marca el fin de un partido único y autoritario. Paradójicamente, hay un elemento histórico en común. No porque la historia se repita: la historia es una especie de espejo deformante donde se ve el rostro distorsionado de otros momentos. Igual que el asesinato de Colosio Murrieta conmovió el país, el de Obregón también lo cambió. El asesinato de Luis Donaldo Colosio marca justamente el declive del autoritarismo priísta.

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