miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pretende Agustín Sánchez romper con el mito que pesa sobre José Guadalupe Posada

Ignorado en vida, mito de muerto, lo cierto es que sobre José Guadalupe Posada se conoce a la fecha muy poco. Y no porque no exista material de consulta; lo hay, y a montones. Lo malo es que todo versa sobre lo mismo y parte considerable de él se sustenta en información trastocada o falseada.

Eso es lo que pone sobre la palestra el historiador Agustín Sánchez González, identificado por su trabajo en el estudio de la caricatura mexicana, quien, como parte de tal línea, se dio a la tarea de escarbar y profundizar en la historia de ese virtuoso dibujante y grabador.

Producto de ello, con más de 10 años detrás de sí, se desprende el libro Posada (Planeta), el cual fue presentado el martes pasado en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas.

Éste es el segundo volumen que Agustín Sánchez realiza sobre dicho artista. Su factura responde de hecho a la “serie de fallas y contradicciones” que presentaba el anterior, Posada, un artista en blanco y negro, reconoce el autor.

La creación del mito en torno a Posada se debe a Diego Rivera y Leopoldo Méndez. El primero, al compararlo con Goya y situarlo como un artista representativo de lo mexicano, en su condición de creador del personaje de La Catrina. El segundo, al plasmarlo en un mural al lado de los hermanos Flores Magón y así ubicarlo como un gestor de la Revolución de 1910.

A partir de ello comenzó a edificarse una gran paradoja en torno de su vida y obra, considera el investigador, porque se habla mucho de él, pero nadie se ha interesado en saber más allá del creador de calaveras o el trabajador de la imprenta de Vanegas Arroyo, como si lo dicho por Rivera y lo pintado por Méndez fuera verdad de fe.

Se desconoce, por ejemplo, la triste circunstancia de su muerte: solo y a causa del alcoholismo, así como que sus restos fueron a parar a la fosa común. También, que su llegada a la ciudad de México se debió a invitación de Irineo Paz –abuelo de Octavio Paz–, con quien trabajó de ilustrador, lo mismo que hizo para la editorial de un hijo de éste, Arturo.

Entre las mentiras que prevalecen, por otra parte, se encuentra la que ubicaba a Posada como empleado exclusivo de la imprenta de Vanegas Arroyo, cuando en realidad “era una especie de freelance que trabajó en alrededor de casi 40 periódicos”.

Información como ésa es en la que ahonda Agustín Sánchez: “La historia de la caricatura, y con ella la de José Guadalupe Posada, está en pañales (...) Este libro es una nueva lectura de este autor, una apología si se quiere, pero está escrito desde la idea del Posada múltiple, la de un autor por ser descubierto”.

Así, el historiador cuenta cómo éste salió de su natal Aguascalientes para irse a León, donde trabajó de maestro de litografía en una preparatoria, y también en el ámbito comercial, haciendo grabados para cigarreras, cerilleras y estampas; luego, su llegada a la ciudad de México, los diversos domicilios en los que habitó, su afición por el alcohol, la precariedad de su situación económica, la muerte de su hijo, Juan Sabino, a los 17 años; su trabajo de caricaturista de personajes literarios de la época o realizando carteles para espectáculos públicos, capítulos estos dos últimos un tanto olvidados.

Lo ubica, en lo artístico, como precursor del surrealismo y el cubismo, aunque aclara que “Posada nunca se la creyó, no se sentía artista. Mucho del dinero se le iba en el alcohol y la mota. Quizá las figuras fantásticas que dibujó en sus historias las hizo bajo el influjo de esas sustancias”.

Otro aspecto que emerge a la luz pública en el libro es “la infancia tan cruda y terrible que tuvo el grabador”, rodeada por la muerte por todos lados, desde el hecho de que su casa estuviera ubicada cerca de un cementerio hasta que le tocara atestiguar una gran peste que acabó con un alto porcentaje de la población, así como los enfrentamientos y fusilamientos inherentes al momento histórico y político de su época.

De hecho, Agustín Sánchez sostiene la hipótesis de que el origen de las famosas calaveras que han hecho célebre a escala mundial al grabador está relacionado más con ese aspecto de su biografía que con el mundo prehispánico, como se asegura, y acota que el primer dibujo con esa referencia se remonta a cuando tenía 19 años.

Sin tapujos, el especialista asume que la hechura de este volumen busca romper con el mito que pesa sobre el grabador:

“El país necesita abrirse a muchos espacios, necesita quitarse muchos dogmas, sobre todo los que creó el nacionalismo revolucionario. Posada es un hombre que dará más entre más lo abran.

“Hay que cuestionar y hacer preguntas en torno de este personaje. Preguntarse, por ejemplo, por qué nunca se autorretrató. Hay que romper el mito, pues, pero no descalificándolo. Hay que romperlo en su grandeza, no en su miseria.”

Y en ese sentido, subraya el creciente número de investigaciones y libros que comienzan a publicarse en torno de la vida y la obra de José Guadalupe Posada, entre ellos uno que dará a conocer en breve Rafael Barajas El Fisgón, en el que lo sitúa como porfirista.

“Hay un boom. Hace tiempo dije –un tanto en son de broma– que, visto el declive de la fridomanía, ahora viene la posadomanía.”

POsada: una historia por escribirse y por descubrirse

Apenas se escribe José Guadalupe Posada en el buscador de Google, aparecen 231 mil resultados. Desde la falaz Wilkipedia, a quien todo el mundo mete mano para escribir lo que le viene en gana, hasta jóvenes que hacen su tarea.

Mentiras y mitos son el resultado de la web, pero ha sido también el producto de una historia adaptada a los tiempos de nuestra historia.

Posada está por descubrirse. Es curioso señalar que nunca dio una entrevista a nadie, ni se conocen comentarios; sólo existen dos fotografías, pero no se ha localizado ningún autorretrato; hay apenas tres notas de la prensa de su época que hablan de él. Su familia era un enigma, apenas recientemente descubrí el nombre de su hijo. Posada es un rompecabezas y apenas se están encontrando las piezas y, sin embargo, ningún artista mexicano es tan conocido en el mundo por el símbolo de la muerte, por un icono a quien se le llama "La Catrina".




Por otra parte, Posada ha sido elogiado por su presencia en la revolución. Decenas, quizá cientos de notas nos refieren a un hombre vinculado a los hermanos Flores Magón y al periódico El Ahuizote. No han faltado las personas que repiten mentiras como las de que Posada fue un radical y que estuvo preso por sus ideas. Posada es un mito, un invento necesario para una revolución que requería de héroes culturales.


Nació en Aguascalientes en 1852 y murió en la ciudad de México, en una vecindad de Tepito, en 1913. Fue un artista autodidacta que ayudaba a su hermano Cirilo, profesor de escuela, a entretener a sus alumnos haciendo dibujos.

Desde sus primeras obras profesionales que se conservan, a los 19 años, Posada retrató la muerte en el periódico El Jicote. Este tema, le obsesionó toda su vida.



No era gratuito, de niño le tocó mirar una epidemia de cólera que generó más de diez muertes; también le tocó ver el asalto a su ciudad, por parte de los bandidos que asolaban e incendiaban Aguascalientes; miró decenas de fusilamientos y de cadáveres apilados muy cerca de su casa.

Posada creció con la muerte y tal vez por ello, se obsesionó con las imágenes que, si bien es cierto que son las menos, son las más reconocidas, como la llamada Catrina, bautizada por Diego Rivera (y quien le puso el cuerpo), pero que en realidad se llama la Calavera garbancera, que es una crítica a las indígenas que querían ser como españolas y comer garbanzo en lugar de maíz. Posada empezó a trabajar en Aguascalientes, después de marchó a León donde hizo trabajos comerciales, ilustró varios libros, realizó estampas religiosas y fue profesor de litografía en la Escuela de Instrucción Secundaria.


Después se marchó a la ciudad de México invitado por Ireneo Paz, el abuelo del poeta Octavio Paz; colaboró en más de 70 periódicos, la mayoría desconocidos para el gran público, e ilustró ciento de hojas volantes.

Uno de sus grandes aportaciones a nuestra cultura fue ilustrar las portadas de la Biblioteca del Niño Mexicano, considerada la primera historia escrita para niños por Heriberto Frías y que se imprimió en Barcelona.

Su trabajo más conocido ocurrió en taller de Antonio Vanegas Arroyo, pero trabajó en muchos más. Lo que hizo con Vanegas es la obra más conocida de Posada

Más allá de ponerle cualquier adjetivo, Posada como pocos artistas, ha trascendido en lo que somos, en la imagen de un mexicano que se transforma en universal.



La mayor parte de su producción, está desaparecida y ha sido rescatada poco a poco; la que existe, se encuentra dispersa y conformó, en su momento, parte de la vida cotidiana de los mexicanos, pues se encontraba en las estampas religiosas, en los cuentos infantiles, en los juegos de mesa, en las cartas de amor, las etiquetas de los cigarros, los calendarios, en la nota roja, en la caricatura, los diarios y las revistas de la época.

Posada está por descubrirse. Es un buen momento para comenzar a quitar las mentiras que se han vertido sobre su vida y obra, mentiras que, por cierto, no le restan ningún valor a la gran calidad de su trabajo, a su contribución a generar lo que somos.

La catrina, una invención de Diego Rivera*

La lista de calaveras de Posada es muy extensa y variada; entre ellas, destaca y brilla La Calavera Catrina, una de las obras maestras de Posada; que se ha convertido, además, en uno de los iconos de nuestra identidad nacional.

Más allá de su belleza en sí, esta popularidad tiene que ver, sin duda, con la difusión realizada por Diego Rivera, a partir del mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, donde la dibuja como una figura central, a la que el muralista toma de la mano y la coloca por delante de la propia Frida.

De este momento arranca su fama, en la década de los años cuarenta y cincuenta cuando empiezan las grandes exposiciones y los grandes homenajes.

Vale decir que La Catrina, fue bautizada así por Diego Rivera ya que la hoja donde apareció originalmente se llamaba "Remate de calaveras alegres y sandungueras" y el subtítulo era: Las que hoy son empolvadas GARBANCERAS pararán en deformes calaveras.

Las garbanceras eran las indígenas que comían garbanzos, es decir, aquellas ladinas que menospreciaban su clase social y querían ser como las patronas españolas. En una parte el texto dice: "Hay unas gatas ingratas, muy llenas de presunción y matreras como ratas, que compran joyas baratas en las ventas de ocasión".

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