miércoles, 24 de noviembre de 2010

Mujeres asesinas!!!

Juan Carlos Aguilar García

“Las mujeres también matan, siempre han matado”. La sentencia es del historiador y periodista Agustín Sánchez González, y abruma no precisamente porque sea una revelación, sino porque, contrario a lo que se piensa, no han sido pocas las mujeres mexicanas que han ocupado las páginas centrales de las revistas policiacas.
Abruma porque si alguien sabe del tema, es precisamente él, quien desde hace varios años se ha dedicado a recuperar y a dar orden a los desconcertantes sucesos que desde el siglo XIX han nutrido la historia de la nota roja de nuestro país; abruma porque no deja margen de error: las mujeres asesinan ¡y de qué modo!
Abruma porque las trágicas historias no son un vago recuento de “algo que sucedió alguna vez”, sino un detallado informe de aquellas vidas colmadas de golpizas y vejaciones. Humillaciones convertidas en crímenes horrendos.
Algunas de las historias que conmocionaron a la sociedad las reunió Sánchez González en el libro “Un dulce sabor a muerte. De la Bejarano a la Miss México, un siglo de mujeres criminales” (Planeta) que pasa revista a los hechos más escabrosos ocurridos a finales del siglo XIX y principios del XX, y que fueron dados a conocer originalmente en publicaciones como “El Imparcial”, “El Popular”, “El Diario”, “El chisme”, “Magazine de Policía”, “Alerta” y ”Manos Arriba”.
Y ahí están, codo a codo, la crónica de los tormentos que Guadalupe Martínez, alias “La Bejarano”, aplicara a diversas niñas en la última década del siglo XIX, y el dantesco crimen de María Teresa Landa (representante de la belleza mexicana en 1928) que asesinó a su marido por infiel.
Y entre una y otra, numerosos casos de “autoviudas” que, cansadas del eterno maltrato por parte de sus maridos, optaron por asesinarlos. Otras más, explica Sánchez, soportaban que las golpearan, siempre y cuando no tocaran a sus hijos. “Se trata del síndrome de Sara García, de ‘mátame a mí pero no te metas con ellos’. Cuando eso no se respetaba, la actitud cambiaba y venía el asesinato”.
Ese fue el caso -recuerda el también autor de “Terribilísimas historias de crímenes y horrores”- de Trinidad Ruiz Mares, bautizada por la prensa como “La tamalera”, quien fuera condenada a 40 años de prisión por matar a su pareja, quien, pese a las advertencias, se atrevió a maltratar a los vástagos. Así que lo asesinó y luego lo mutiló; parte de su cuerpo lo arrojó a un terreno baldío, después fingió demencia… hasta que le fue imposible negar los hechos.
Por supuesto no faltan los crímenes pasionales en los que la razón es cegada por una pesada carga de celos, y al grito sollozante de “¡me engañaste!” entierran el cuchillo o dosifican el veneno en la sopa.
Estas mujeres, las criminales, son también nuestras mujeres. No todas son abnegadas, ni todas están desprovistas de maldad; no obstante (hay que ser justos) tampoco es verdad que las madres sean siempre esas personas sagradas que nadie se atrevería a insultar, mucho menos golpear. Al final, es sólo una reacción al maltrato, una liberación, aunque luego se pase una vida completa tras las rejas…

http://naveestelar.blogspot.com/2010/04/mujeres-asesinas.html

El Chalequero

Mientras que a finales del siglo XIX, Europa estaba conmocionada por los asesinatos de Jack El Destripador en las calles de Londres, un singular criminal mexicano, causó el terror en la Ciudad de México.
El primer asesino serial que tuvo nuestro país, o al menos que se tiene registro, fue Francisco Guerrero, alias El Chalequero, quien fue un despiadado sujeto que motivado por un deseo sexual, mataba a mujeres luego de violarlas.
Según lo narra Agustín Sánchez González en su libro “Terriblísimas Historias de Crímenes y Horrores en la Ciudad de México en el Siglo XIX”, El Chalequero era un criminal que actuaba por los rumbos del Río Consulado.
El apodo de El Chalequero tenía dos teorías, una era por los chalecos que este sujeto portaba, pues se refiere que este hombre vestía elegantemente cuando salía a la calle. La segunda establece que Francisco Guerrero, luego de que violaba a sus víctimas “a chaleco” (a la fuerza) las asesinaba con su cuchillo.
El asesino actuó impunemente durante siete años sin que la Policía le pudiera detener, y pese a que frecuentemente aparecían mujeres degolladas por el rumbo del Río Consulado, las autoridades no tenían pista del autor.
La historia provocó terror en todas las mujeres de la Ciudad de México, pues sabían que el asesino estaba suelto y que podría estar acechando en cualquier esquina.
La prensa de aquella época no dejó pasar el caso e incluso ridiculizaba a la Policía.
El homicida era descrito como guapo, elegante, galán y pendenciero, vestía de casimir, con sombrero ancho y zapatos relucientes.
Se decía que su vestimenta no le costaba un sólo centavo, pues todo era pagado por sus numerosas amantes.
Finalmente en 1888 gracias a una denuncia de un vecino de una de sus víctimas, El Chalequero fue atrapado.
También acudieron a declarar otras mujeres que habían logrado escapar de las garras del asesino y lo identificaron.
Luego de un juicio, El Chalequero fue condenado a muerte, pero la sentencia fue permutada por una pena de 20 años en la cárcel de San Juan de Ulúa.
Luego de cumplir sus años de cárcel, El Chalequero regresó a las calles del Río Consulado, donde volvió a matar mujeres.
Un reportero del periódico El Imparcial, que conocía la historia de El Chalequero, y al ver las características de los cadáveres de las nuevas víctimas, dio la pista para identificar al homicida.
Semanas después Francisco Guerrero fue recapturado y durante un juicio al que acudieron cientos de personas, El Chalequero fue nuevamente condenado a muerte.
Una vez más el asesino serial se salvó de cumplir esta condena en la horca, pues a los pocos días de su sentencia, fue hallado muerto en su celda de la cárcel de Belén. Se dijo que fue víctima de la tuberculosis.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Mujeres asesinas

13 ABRIL 2010

Mujeres asesinas!!!

Juan Carlos Aguilar García


“Las mujeres también matan, siempre han matado”. La sentencia es del historiador y periodista Agustín Sánchez González, y abruma no precisamente porque sea una revelación, sino porque, contrario a lo que se piensa, no han sido pocas las mujeres mexicanas que han ocupado las páginas centrales de las revistas policiacas.
Abruma porque si alguien sabe del tema, es precisamente él, quien desde hace varios años se ha dedicado a recuperar y a dar orden a los desconcertantes sucesos que desde el siglo XIX han nutrido la historia de la nota roja de nuestro país; abruma porque no deja margen de error: las mujeres asesinan ¡y de qué modo!
Abruma porque las trágicas historias no son un vago recuento de “algo que sucedió alguna vez”, sino un detallado informe de aquellas vidas colmadas de golpizas y vejaciones. Humillaciones convertidas en crímenes horrendos.
Algunas de las historias que conmocionaron a la sociedad las reunió Sánchez González en el libro “Un dulce sabor a muerte. De la Bejarano a la Miss México, un siglo de mujeres criminales” (Planeta) que pasa revista a los hechos más escabrosos ocurridos a finales del siglo XIX y principios del XX, y que fueron dados a conocer originalmente en publicaciones como “El Imparcial”, “El Popular”, “El Diario”, “El chisme”, “Magazine de Policía”, “Alerta” y ”Manos Arriba”.
Y ahí están, codo a codo, la crónica de los tormentos que Guadalupe Martínez, alias “La Bejarano”, aplicara a diversas niñas en la última década del siglo XIX, y el dantesco crimen de María Teresa Landa (representante de la belleza mexicana en 1928) que asesinó a su marido por infiel.
Y entre una y otra, numerosos casos de “autoviudas” que, cansadas del eterno maltrato por parte de sus maridos, optaron por asesinarlos. Otras más, explica Sánchez, soportaban que las golpearan, siempre y cuando no tocaran a sus hijos. “Se trata del síndrome de Sara García, de ‘mátame a mí pero no te metas con ellos’. Cuando eso no se respetaba, la actitud cambiaba y venía el asesinato”.
Ese fue el caso -recuerda el también autor de “Terribilísimas historias de crímenes y horrores”- de Trinidad Ruiz Mares, bautizada por la prensa como “La tamalera”, quien fuera condenada a 40 años de prisión por matar a su pareja, quien, pese a las advertencias, se atrevió a maltratar a los vástagos. Así que lo asesinó y luego lo mutiló; parte de su cuerpo lo arrojó a un terreno baldío, después fingió demencia… hasta que le fue imposible negar los hechos.
Por supuesto no faltan los crímenes pasionales en los que la razón es cegada por una pesada carga de celos, y al grito sollozante de “¡me engañaste!” entierran el cuchillo o dosifican el veneno en la sopa.
Estas mujeres, las criminales, son también nuestras mujeres. No todas son abnegadas, ni todas están desprovistas de maldad; no obstante (hay que ser justos) tampoco es verdad que las madres sean siempre esas personas sagradas que nadie se atrevería a insultar, mucho menos golpear. Al final, es sólo una reacción al maltrato, una liberación, aunque luego se pase una vida completa tras las rejas…

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